2.1.
LO NECESARIO Y LA
CIENCIA.
La ciencia tiene como
método la demostración cuyos resultados son conclusiones de validez universal y
su objeto es lo necesario.
Reúne estas características: Sólo
hay ciencia de lo universal no de lo
singular. Es un conocimiento de lo necesario,
de “lo que no puede ser de otra manera. Es un conocimiento por las causas. Se puede enseñar. Se obtiene por demostración.
Es un conocimiento verdadero y cierto
como consecuencia de lo anterior.
La ciencia funciona
demostrativamente, y consiste en que a partir de unos enunciados dados puedan
obtenerse unas conclusiones. El esquema de demostración más simple es el silogismo. El silogismo parte de lo
universal. Un silogismo es un esquema de razonamiento tal que a partir de dos
enunciados denominados premisas, que han de estar conectadas entre sí por un
término medio y de modo correcto, se puede obtenerse una conclusión. El
silogismo en general es un proceso deductivo ya que extrae verdades
particulares de verdades universales.
Aristóteles se plantea ¿cómo se
captan las verdades universales? Hay dos maneras: 1ª La inducción que es un proceso por el que
se va de lo particular a lo universal, 2ª La intuición que es la captación pura por el intelecto de los primeros
principios. Una visión inmediata. También la podemos llamar evidencia.
La demostración no
es sino una clase especial de silogismo. No todo silogismo produce un
conocimiento científico sino únicamente aquel que se apoya, en último término,
en unos primeros principios que han de ser inmediatamente evidentes e
indemostrables.
La sabiduría es la
virtud intelectual más perfecta y reúne la intelección y la ciencia. Se ocupa
de lo más excelente porque lo más excelente es lo necesario, eterno y que no
cambia. En esto se diferencia del arte que se ocupa de lo que cambia, en su
caso, de la producción y de la prudencia que también se ocupa de lo que cambia,
de aquello que nos conviene hacer en nuestra vida pública o privada.
2. 2. LA PRODUCCIÓN Y LA ACCIÓN.
El método del arte es
la deliberación; su objeto es lo contingente, pero entendido como acción productiva
que no es en sí misma su propio fin ya que su fin está en la construcción de
algo útil y bello.
A diferencia de lo necesario, que sólo puede ser de un modo, lo contingente
puede ser de dos maneras: como acción o como producción. De la primera se ocupa
la prudencia y de la segunda el arte. El resultado de ambas puede ser de otra
manera, pero se diferencian en que la acción tiene su fin en sí misma y la
producción no es en sí misma un fin, sino que tiene su fin en otro, a saber, lo
producido. Una acción valerosa, o generosa, o justa es un fin en sí misma y la
realiza quien posee las virtudes correspondientes. La buena acción en cuanto
tiene su fin en sí misma ha de ser un elemento constitutivo de lo que es fin
último y bien máximo, es decir, la felicidad. En efecto, no hay felicidad sin sensatez
o prudencia y la buena acción la requiere.
El arte, es una virtud intelectual que consiste en aquel conocimiento que
es principio de la producción, de suerte que quien lo posee puede producir bien
una cosa, de acuerdo con la forma y el uso que le son adecuados. Así decimos de
alguien que es un buen arquitecto porque posee el arte de la arquitectura, es
decir, los conocimientos que le permiten producir buenas casas o templos y por
tanto adecuados al fin de habitar o adorar al dios.
Aristóteles nos dice
que el principio de la producción del artefacto u objeto artístico está en
otro, en el artesano que posee el arte y no en sí mismo. Con ello pretende
diferenciar el arte de la naturaleza, pues el primero tiene un principio
externo de producción y la segunda un principio interno que reside en el propio
ser natural. Aristóteles dice que las cosas naturales "tienen su principio
en sí mismas".
Seguidamente
Aristóteles compara el arte con la tyché
que es traducida por azar, es decir, espontáneamente. El arte y la suerte o
fortuna coinciden en que tienen por objeto lo contingente y se dan de manera
accidental o por casualidad.
Arte y naturaleza
coinciden, ya que, en que ambos son procesos teleológicos, orientados a la
realización de un fin. Más aún, ambos emplean los mejores medios posibles.
2.3. PRUDENCIA Y MODERACIÓN.
Se llama sensato o prudente al que reflexiona adecuadamente acerca de las acciones que más le conviene
realizar en cada momento, elige adecuadamente y lleva en consecuencia una buena
vida. Se distingue de la ciencia
como virtud intelectual porque ésta discurre sobre lo necesario por medio de la
demostración y la prudencia se ocupa de lo contingente mediante deliberación,
es decir, mediante un proceso reflexivo acerca de alternativas de acción que se
refiere a los mejores medios para el logro de un fin, la buena vida, y cuya
conclusión es la decisión, principio de la acción. Se diferencia también del arte porque éste se ocupa de la
producción, cuyo fin es distinto de ella misma, mientras que la prudencia se ocupa
de la acción que es un fin en sí misma y
de los mejores medios para su realización en cada momento. El método
de la prudencia es la deliberación cuyo resultado son decisiones de validez
particular referidas a fines y medios; el objeto de que se ocupa es lo contingente
entendido como acción que es en sí misma su propio fin.
En rigor, se distingue
de todas las virtudes intelectuales porque es
a un tiempo intelectual y moral;
intelectual por reflexionar con la razón y moral porque se ocupa de las
acciones que forjan el carácter y nos hacen éticamente virtuosos. Según Aristóteles
no hay virtud moral sin prudencia, porque cuando ésta falta
no se atina con el bien o lo conveniente; pero tampoco hay prudencia sin virtud
moral, pues sólo el virtuoso tiene como fin una vida buena y la prudencia
delibera acerca de los mejores medios para alcanzarla. “La virtud hace recto el
fin propuesto y la prudencia los medios que a él conducen”..
Seguidamente se ocupa
de la relación particularmente estrecha que existe entre la sophrosyne y la phrónesis, de suerte tal que el
significado de la primera sería el de salvaguardar la segunda. Ello es así
porque la templanza es aquella virtud moral que consiste en el justo medio entre dos extremos o
vicios, el de aquel que se deja llevar y se excede en los placeres corporales,
en particular los sensuales, y el de aquel que es insensible a los mismos. La
templanza es moderación, autodominio respecto a esos placeres. Quien carece de
ella y se deja arrastrar por los placeres pervierte su juicio respecto a lo que
le conviene y debiera ser el fin de su vida. De este modo se vuelve imprudente
o insensato.
Aristóteles concluye
con una definición más precisa de la prudencia: "disposición racional
verdadera y práctica respecto de lo que es bueno para el hombre".
Disposición traduce el término griego hexis que también se traduce por hábito.
Con esto se significa que la prudencia es un modo de reflexionar arraigado en el ser humano y no flor de un día.
No llamamos prudente al que en una ocasión o dos se comporta sensatamente, sino
al que habitualmente lo hace a lo largo de una vida. Es verdadera porque el
juicio ha de ser correcto acerca de la acción que conviene realizar. El juicio propio de la prudencia es la
opinión. De las partes racionales del alma, es la razón práctica la que se ocupa de las acciones y como las acciones
son contingentes, los juicios que le son propios son opiniones que, no
obstante, han de estar fundadas en razones.
En cuanto a la
relación con el arte, que también trata de lo contingente, además de la
diferencia ya establecida de que el arte se ocupa de la producción que tiene su
fin en otro y la prudencia con la acción, que tiene su fin en sí misma, cabe
destacar que, según Aristóteles, hay una
excelencia del arte pero no de la prudencia. Con ello significa que en el
caso del arte hay un dominio mayor o menor del conocimiento artístico y así se
es mejor o peor artista, pero en el caso de la prudencia no, pues o se es
prudente o no se es. Además, en el arte es preferible el que yerra
voluntariamente, pues ello es señal de que conoce su oficio, mientras que en el
caso de las virtudes morales el que hace lo inconveniente porque quiere es peor
que quien lo hace involuntariamente.
Estrechamente
relacionadas con la phrónesis están la deliberación y la elección. La deliberación se ocupa de las cosas que
podemos hacer nosotros mismos, especialmente cuando hay más de una forma de
intentarlas. La deliberación es el proceso reflexivo respecto a las
alternativas de acción que más nos convienen y cuya conclusión es la elección.
La deliberación se emprende con miras a descubrir los medios mejores para
realizar un fin predeterminado. El hombre prudente es el que delibera bien y
sabe elegir en situaciones concretas los mejores medios con el fin de lograr
una buena vida. La elección pertenece
a la esfera de lo voluntario y es una combinación del deseo con la razón o un
deseo deliberado de lo que está en nuestro poder.
La prudencia se ocupa de aquello que nos
conviene en nuestra vida privada, pero también en nuestra vida pública y entonces la prudencia se considera
política y de ahí que todo buen político haya de ser prudente, como indica
Aristóteles.
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